Poco a poco aprendimos a vivir. A saborear cada momento y coleccionar todos los pequeños detalles. A gritar nuestros nombres con fuerza al mundo, por miedo a ser olvidados. A cometer nuestros errores a lo grande, para asegurar que seríamos recordados.
Comprendimos que no podíamos ser felices permanentemente, pero que era suficiente con llevarle ventaja a la tristeza.
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