domingo, 16 de octubre de 2011

One.

Viernes por la noche. No sé la hora exacta, pero es tarde. Estoy segura de que es demasiado tarde. Demasiado tarde como para llamarte. Demasiado tarde como para decirte que muy probablemente tengas razón. Demasiado tarde como para evitar que te marches. En resumen, es demasiado tarde para todas esas cosas que debería haber hecho y mi cobardía me ha impedido llevar a cabo.
Viernes por la noche, y mi cerebro se entretiene atormentándome con ráfagas del azul eléctrico de tus ojos. Y con imágenes de tu sonrisa. Y con la forma en la que arrugas la nariz cuando intentas no reírte de mí.
Viernes por la noche, y todavía me engaño a mí misma con el recuerdo de tu voz junto a mis oídos, con el cosquilleo de tus dedos entre los míos y la sensación que me producía conseguir que dejaras de fruncir el ceño por unos instantes. Me obligo a mí misma a cerrar los ojos e imaginar que todo eso es real, que eres algo tangible que está a mi lado y no una simple alucinación más, porque si no, sé que me acabaré volviendo loca. Y sólo durante ese instante, me permito considerar la idea. ¿Cómo de malo sería? Probar la locura de los labios del peligro. Saborear la demencia en cada una de mis pulsaciones. Darse cuenta por fin de que mantener los pies en la tierra es algo que está sobrevalorado. Todo eso es algo que para unos Cazadores como nosotros está más que prohibido. No podemos salirnos del camino. No podemos incumplir las normas. No podemos ser diferentes de lo que la Orden quiere que seamos. Hay demasiados "no podemos" como para poder considerarnos completamente libres. Sin embargo, obedecemos. Entonces, ¿por qué la idea me atrae tanto? ¿Por qué hace que la adrenalina se expanda por mi pecho y me llene con cada vocanada? ¿Por qué me tienta si no puedo hacerlo? No porque la Orden no me deje, si no porque no soy de las que dejan que algo o alguien gobierne su vida. Ni siquiera algo tan interesante como la locura.
Me muerdo el labio y la mirsma pregunta que me ha estado rondando toda la noche vuelve al ataque. ¿De verdad es demasiado tarde? Miro al teléfono, y las yemas de mis dedos arden en deseos de marcar tu número. Pero yo las contengo.
Quiero ir contigo.
¿Debo ir contigo?
Tengo que quedarme aquí. Acabar con los Nixes. "Son seres malvados", dice la Orden. "Hay que acabar con ellos. No dudarían en martarte, Lex. Atacan a inocentes. No está bien dejarlos con vida." Ese ha sido mi mantra durante tanto tiempo que no me permito a mí misma pensar diferente, a pesar de que algo en mi interior arde en deseos de replanteárselo.
Sería tan fácil admitir que la Orden está equivocada y huir contigo...
Pero, ¿es lo correcto?
Tú has apostado que no todos los Nixes son como pensamos. Que algunos sólo intentan sobrevivir. Que algunos no siempre matan. Tú estás muy seguro de tu teoría, pero yo no sé que pensar. Porque lo malo es que, al cambiar de bando, has apostado tu vida.
¿Estaría bien eso? ¿Sería capaz de seguir adelante con una decisión que podría ser la equivocada?
Pero no puedo hacerlo así como así. Yo necesito basarme en evidencias, no en rumores que tú has oído, o en cosas que crees saber. A pesar de la creencia popular, en cuanto a las decisiones importantes se refiere, yo suelo pensar antes de actuar. Reflexiono, evalúo las pruebas y entonces, hago mi movimiento.
Tomando una decisión, aferro el teléfono entre mis manos y, sin un titubeo por mi parte, les permito a mis dedos marcar tu número. Escucho los tonos sucederse, uno tras otro, mientras tamborileo con las manos sobre mi rodilla. Uno. Me pongo de pie, y agarro un puñado de ropa esparcida sobre la cama de la habitación del hotel. Otro. Recojo la mochila del suelo. Otro pitido más. Meto lo imprescindible en la bolsa. Salta el buzón de voz. Carraspeo y, sin más dilación, empiezo a hablar.
- Blake, soy yo - vacilo un instante y, a pesar de que es innecesario, susurro -, Lexie. Sé que es tarde, pero da igual. Sólo quería que supieras que voy a comprobar tu teoría - me meto una navaja en el bolsillo y deslizo una daga en mi bota -. No sé muy bien cómo resultará mi experimento, pero sólo quería que lo supieras, por si acaso - agarro la Glock de la mesilla y compruebo el cargador, un segundo antes de dudar y murmurar -. Te llamaré. Te quiero. 
Cuelgo, con el corazón latiéndome atronador en el pecho, tratando de dejarme sorda, o de volverme loca, lo que ocurra antes. Pero yo me resisto. No hoy. No este viernes por la noche, cuando es muy probable que mi cadaver acabe irreconocible en un callejón, esperando a que algún desdichado me encuentre.
Así que lanzo una última mirada a la habitación, me cuelgo la mochila a la espalda y me marcho. Pongo rumbo hacia algún callejón oscuro, para encontrarme con mi, muy proablemente, desafortunado Destino.

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