lunes, 22 de agosto de 2011

Soñar no es gratis.

Y día a día, sigo buscando nuevas historias que leer, nuevos finales que experimentar, nuevos personajes que conocer. Una parte de mí entiende que, a la larga, eso no hace más que darle alas a mi imaginación, recordándome con cada aleteo, que no es más que una fantasía, que yo nunca podré tener una vida como aquellas que se guardan en los libros, que eso no está hecho para mí.
Crea un vacío en mi interior, y con cada palabra que mis ojos absorben, él se ríe de mí y crece un poco más. Leer lo alimenta, soñar lo nutre. Debería parar de hacerlo, pero entonces, todo se vuelve aburrido. El armario que podría conducirme a mundos secretos, se convierte en un simple lugar donde el polvo y la ropa conviven. El aire deja de estar cargado de colores y de sentimientos que vagan lejos de sus dueños. La Luna está presente para ver mi desolación, pero hasta ella ha cambiado: sólo es un astro más.
Cuando dejo de leer, todo es normal. Y eso me aterra. Así que siempre vuelvo a la rutina de antes, mientras mi vacío interior se relame de satisfacción y me anima a seguir así. Pero yo lo ignoro, porque leer es lo único que alivia los efectos secundarios del vacío, y soñar es un placebo que gustosa recibo.
Por lo menos, hasta que el vacío sea más grande que yo, y el soñar me pase factura. Porque, definitivamente, soñar no es gratis. Al menos, no para mí.

domingo, 21 de agosto de 2011

Al lado del otro

La lluvia caía con fuerza a su alrededor. La tormenta había creado charcos en mitad de la acera, sobre los que las gotas seguían repiqueteando con insistencia. Los truenos hacían que los pocos transeúntes que caminaban por la calle se arrebujaran es sus abrigos, e incrementasen el ritmo. Los rayos iluminaban el cielo aquella noche, sustituyendo a la luna llena que, sin duda se encontraba escondida tras alguno de los nubarrones que asediaban la ciudad.
Como he dicho, la lluvia caía con fuerza a su alrededor, pero eso poco o nada podía importarles. Bajo aquel paraguas rojo, cobijados cerca de uno de los portales, nada podía alcanzarles. El chico cogió con delicadeza la mano de su acompañante, entrelazó sus dedos con los de ella y dijo algo ingenioso que la hizo sonreír. Y él le devolvió la sonrisa. No te confundas, no fue una sonrisa cualquiera. Fue una de esas sonrisas reservadas únicamente para una persona. Para esa persona y para nadie más, porque es una forma de agradecerle que te dé tanto sin pedir tan poco a cambio. Porque él no lo sabía en aquel momento, pero ella le cambiaría la vida, en un futuro no muy lejano. Él sería como era gracias a ella. Puede que suene exagerado, pero sólo porque no conoces su historia.
Él se llama Adrien. Ella es Iddy.
La vida le ha dado un millón de patadas a Adrien. Fue criado por su abuela, nunca supo nada de sus padres. Le abandonaron cuando él era pequeño, pero aprendió a vivir con ello. En el colegio al que iba, sufrió abuso escolar. Los niños se metían con él, más de una noche acabó llorando. Los años pasaron, y él se ha endurecido. Ha madurado. Pero ahora es mucho más cínico. Está lleno de amargura y de rencor hacia el mundo, que le ha enseñado una lección. "La vida es una mierda, pero hay que seguir adelante". Hasta que conozca a Iddy.
Iddy es una chica de diecisiete años a la cual la vida también le ha enseñado una lección. "Nunca sabes cuanto tiempo te queda". Su mejor amigo, Marcus, el que vivía dos casas más allá, el que conocía todos sus secretos, el que mantenía todas sus promesas, ese chico, murió cuando ella tenía siete años. Su madre le hizo prometer, entre susurros, que viviría la vida al máximo. Y ella ha cumplido con su palabra.
Ella hará que él se olvide de su pasado. Él la protegerá de sí misma, para que el vivir la vida al máximo, no acabe con ella. En aquel momento, ellos no eran conscientes de ello, pero se necesitaban el uno al otro.
Iddy se mordió el labio durante un segundo. No dentro de mucho, Adrien descubrirá que ese simple gesto, significaba que una locura estaba por venir. Y no tardó mucho.
- Aguanta esto, ¿quieres? - comentó, tendiéndole su abrigo.
- ¿Qué piensas hacer?
Ella hizo oídos sordos y se agachó para soltar el cierre de los zapatos de tacón que tanto habían estado incordiándole durante la noche.
- ¿Iddy? - inquirió vacilante Adrien.
- ¿Tienes idea de lo difícil que es correr con esto?
Y dicho eso, abandonó la seguridad del paraguas y corrió bajo la lluvia. Pisó un charco, entre carcajadas, y se salpicó las piernas desnudas con el agua, ligeramente turbia, pero no le importó en absoluto. Siguió corriendo, sin parar de reír. Abrió la boca y capturó gotas de agua con la lengua, como si en ningún momento hubiera dejado de ser pequeña.
- ¡Iddy! - la llamó Adrien desde el portal -. ¿Qué se supone que estás haciendo? ¿Estás loca?
Ella rió, aún más fuerte.
- Loca no. Original. ¿Ves a alguien más haciendo algo así? Lo estoy patentando.
Él no pudo evitar reírse.
- ¿Vienes? - le invitó la chica.
Y hubo algo, quizá el brillo vivaz en sus ojos o la alegría en su sonrisa, o quizá el timbre cristalino de su risa, que le obligó a contestar que sí. Y gracias a eso, a algo tan pequeño como ese monosílabo, ellos están donde deben estar. Al lado del otro. 

sábado, 20 de agosto de 2011

¿Qué opinas?

Podríamos fugarnos. Cambiar de historia. Vivir en una en la que ambos podamos ganar, para que yo también tenga una oportunidad. En la que no siempre sea el malo el que muere. Vivir en un cuento en el que yo también pueda ganar. Porque si no, ¿dónde está la diversión?

viernes, 19 de agosto de 2011

Unstoppable

Comámonos el mundo, bebámonos el miedo. Juguemos al escondite contra la soledad, y observemos como llora al saber que no puede ganar. Multipliquemos nuestras ganas de soñar por mil y veamos como se vuelven infinitas. Cacemos imposibles, domestiquemos estrellas fugaces.
Olvidémonos por unos minutos de lo que nos deparará el futuro, quiero que sea una sorpresa; vamos a cerrar los ojos y a ahuyentar al pasado, podría arruinarnos el presente. Lo único que necesitamos saber es que, tú y yo, juntos, somos algo imparable.

jueves, 18 de agosto de 2011

No dejes de crearnos

Y así, como Alicia, acabé en mi propia realidad.
Un lugar donde yo era la dueña de todo lo que podía ver. Un lugar donde yo ponía las normas. Donde el diccionario no permitía palabras como "imposible" o "inalcanzable". Era un lugar para las ideas más extravagantes, aquellas que hacían que te mordieras el labio, aquellas que sólo te atrevías a revelar con palabras susurradas al oído. Era un país para soñar despierto y no preocuparte de las posibles consecuencias. Un espacio donde no estaba bien visto pensar en el pasado, ni en cualquier otra cosa que no fuera el presente.
Las gotas de rocío caían hacia arriba, la hierba se estremecía a mi paso. Las ramas de los árboles se retorcían sobre sí mismas, y sus ramas se extendían hacia el horizonte, uniéndose las unas con las otras, formando un techo de hojas de miles de colores muy por encima de mi cabeza, tratando de evitar que el Sol incidiera en el suelo. Un río de aguas de plata discurría por las copas de los árboles, recorriendo las hendiduras en espiral de sus troncos hasta tocar el suelo y nutrir instantáneamente a la vegetación que allí crecía.
- El reino de los sueños. El baúl de lo irreal. El país de las maravillas - canturreó una voz entre los árboles.
Me giré con calma en esa dirección, pestañeando para alejar las pompas de agua de mis ojos y ver al gato que se aproximaba, todavía entonando la canción. Andaba con parsimonia, acariciando la hierba con sus garras cada vez que daba un paso, ladeando su lomo rayado conforme se movía. Clavó sus ojos turquesa en mí durante un segundo, manteniendo la última nota. Abrió la boca momentáneamente tras su pequeño concierto, y capturó una gota de rocío con la lengua.
- Néctar de los dioses, Circe - me dijo.
Sonreí con educación.
- No me llamo así.
- Aquí sí - no admitía réplica alguna, así que me callé.
Alargué una mano y traté de capturar aquella extraña lluvia que nunca llegaba a caer realmente, y al rozarla con las yemas de mis dedos explotó en un puñado purpurina que se llevó la brisa.
Contemplé con paciencia como el felino se estiraba más de lo que se consideraba normal y rodaba por la hierba hasta impregnarse del olor que reinaba por doquier. Cuando fue consciente de que le observaba, volvió hacia mí la cabeza y susurró:
- Hay que ver de lo que eres capaz con un bolígrafo y un poco de papel, ¿eh?
Sonreí un poco, sin llegar a entender lo que quería decir. Soltó un suspiro.
- Cada vez que empuñas un bolígrafo, no es de tinta de lo que está lleno, sino de ideas inconexas a las que tú les das forma. Las guías hasta este mundo, y aquí siguen viviendo para siempre.
Me recosté en la hierba, satisfecha, dando forma a una sonrisa en mis labios. El gato sonrió a su vez, la sonrisa más grande que jamás podré ver, con sus ojos brillando iluminados por un afán de soñar a menudo confundido con locura.
Cerré los ojos, mientras una última súplica acariciaba mis oídos.
"No dejes de crearnos"