domingo, 21 de agosto de 2011

Al lado del otro

La lluvia caía con fuerza a su alrededor. La tormenta había creado charcos en mitad de la acera, sobre los que las gotas seguían repiqueteando con insistencia. Los truenos hacían que los pocos transeúntes que caminaban por la calle se arrebujaran es sus abrigos, e incrementasen el ritmo. Los rayos iluminaban el cielo aquella noche, sustituyendo a la luna llena que, sin duda se encontraba escondida tras alguno de los nubarrones que asediaban la ciudad.
Como he dicho, la lluvia caía con fuerza a su alrededor, pero eso poco o nada podía importarles. Bajo aquel paraguas rojo, cobijados cerca de uno de los portales, nada podía alcanzarles. El chico cogió con delicadeza la mano de su acompañante, entrelazó sus dedos con los de ella y dijo algo ingenioso que la hizo sonreír. Y él le devolvió la sonrisa. No te confundas, no fue una sonrisa cualquiera. Fue una de esas sonrisas reservadas únicamente para una persona. Para esa persona y para nadie más, porque es una forma de agradecerle que te dé tanto sin pedir tan poco a cambio. Porque él no lo sabía en aquel momento, pero ella le cambiaría la vida, en un futuro no muy lejano. Él sería como era gracias a ella. Puede que suene exagerado, pero sólo porque no conoces su historia.
Él se llama Adrien. Ella es Iddy.
La vida le ha dado un millón de patadas a Adrien. Fue criado por su abuela, nunca supo nada de sus padres. Le abandonaron cuando él era pequeño, pero aprendió a vivir con ello. En el colegio al que iba, sufrió abuso escolar. Los niños se metían con él, más de una noche acabó llorando. Los años pasaron, y él se ha endurecido. Ha madurado. Pero ahora es mucho más cínico. Está lleno de amargura y de rencor hacia el mundo, que le ha enseñado una lección. "La vida es una mierda, pero hay que seguir adelante". Hasta que conozca a Iddy.
Iddy es una chica de diecisiete años a la cual la vida también le ha enseñado una lección. "Nunca sabes cuanto tiempo te queda". Su mejor amigo, Marcus, el que vivía dos casas más allá, el que conocía todos sus secretos, el que mantenía todas sus promesas, ese chico, murió cuando ella tenía siete años. Su madre le hizo prometer, entre susurros, que viviría la vida al máximo. Y ella ha cumplido con su palabra.
Ella hará que él se olvide de su pasado. Él la protegerá de sí misma, para que el vivir la vida al máximo, no acabe con ella. En aquel momento, ellos no eran conscientes de ello, pero se necesitaban el uno al otro.
Iddy se mordió el labio durante un segundo. No dentro de mucho, Adrien descubrirá que ese simple gesto, significaba que una locura estaba por venir. Y no tardó mucho.
- Aguanta esto, ¿quieres? - comentó, tendiéndole su abrigo.
- ¿Qué piensas hacer?
Ella hizo oídos sordos y se agachó para soltar el cierre de los zapatos de tacón que tanto habían estado incordiándole durante la noche.
- ¿Iddy? - inquirió vacilante Adrien.
- ¿Tienes idea de lo difícil que es correr con esto?
Y dicho eso, abandonó la seguridad del paraguas y corrió bajo la lluvia. Pisó un charco, entre carcajadas, y se salpicó las piernas desnudas con el agua, ligeramente turbia, pero no le importó en absoluto. Siguió corriendo, sin parar de reír. Abrió la boca y capturó gotas de agua con la lengua, como si en ningún momento hubiera dejado de ser pequeña.
- ¡Iddy! - la llamó Adrien desde el portal -. ¿Qué se supone que estás haciendo? ¿Estás loca?
Ella rió, aún más fuerte.
- Loca no. Original. ¿Ves a alguien más haciendo algo así? Lo estoy patentando.
Él no pudo evitar reírse.
- ¿Vienes? - le invitó la chica.
Y hubo algo, quizá el brillo vivaz en sus ojos o la alegría en su sonrisa, o quizá el timbre cristalino de su risa, que le obligó a contestar que sí. Y gracias a eso, a algo tan pequeño como ese monosílabo, ellos están donde deben estar. Al lado del otro. 

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