jueves, 18 de agosto de 2011

No dejes de crearnos

Y así, como Alicia, acabé en mi propia realidad.
Un lugar donde yo era la dueña de todo lo que podía ver. Un lugar donde yo ponía las normas. Donde el diccionario no permitía palabras como "imposible" o "inalcanzable". Era un lugar para las ideas más extravagantes, aquellas que hacían que te mordieras el labio, aquellas que sólo te atrevías a revelar con palabras susurradas al oído. Era un país para soñar despierto y no preocuparte de las posibles consecuencias. Un espacio donde no estaba bien visto pensar en el pasado, ni en cualquier otra cosa que no fuera el presente.
Las gotas de rocío caían hacia arriba, la hierba se estremecía a mi paso. Las ramas de los árboles se retorcían sobre sí mismas, y sus ramas se extendían hacia el horizonte, uniéndose las unas con las otras, formando un techo de hojas de miles de colores muy por encima de mi cabeza, tratando de evitar que el Sol incidiera en el suelo. Un río de aguas de plata discurría por las copas de los árboles, recorriendo las hendiduras en espiral de sus troncos hasta tocar el suelo y nutrir instantáneamente a la vegetación que allí crecía.
- El reino de los sueños. El baúl de lo irreal. El país de las maravillas - canturreó una voz entre los árboles.
Me giré con calma en esa dirección, pestañeando para alejar las pompas de agua de mis ojos y ver al gato que se aproximaba, todavía entonando la canción. Andaba con parsimonia, acariciando la hierba con sus garras cada vez que daba un paso, ladeando su lomo rayado conforme se movía. Clavó sus ojos turquesa en mí durante un segundo, manteniendo la última nota. Abrió la boca momentáneamente tras su pequeño concierto, y capturó una gota de rocío con la lengua.
- Néctar de los dioses, Circe - me dijo.
Sonreí con educación.
- No me llamo así.
- Aquí sí - no admitía réplica alguna, así que me callé.
Alargué una mano y traté de capturar aquella extraña lluvia que nunca llegaba a caer realmente, y al rozarla con las yemas de mis dedos explotó en un puñado purpurina que se llevó la brisa.
Contemplé con paciencia como el felino se estiraba más de lo que se consideraba normal y rodaba por la hierba hasta impregnarse del olor que reinaba por doquier. Cuando fue consciente de que le observaba, volvió hacia mí la cabeza y susurró:
- Hay que ver de lo que eres capaz con un bolígrafo y un poco de papel, ¿eh?
Sonreí un poco, sin llegar a entender lo que quería decir. Soltó un suspiro.
- Cada vez que empuñas un bolígrafo, no es de tinta de lo que está lleno, sino de ideas inconexas a las que tú les das forma. Las guías hasta este mundo, y aquí siguen viviendo para siempre.
Me recosté en la hierba, satisfecha, dando forma a una sonrisa en mis labios. El gato sonrió a su vez, la sonrisa más grande que jamás podré ver, con sus ojos brillando iluminados por un afán de soñar a menudo confundido con locura.
Cerré los ojos, mientras una última súplica acariciaba mis oídos.
"No dejes de crearnos"

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