viernes, 2 de septiembre de 2011

Un fantasma de lo que un día fuiste

Odiaba tu debilidad. La forma en la que siempre huías de todo, la forma en la que tratabas de escapar de tus problemas. Nunca me lo llegaste a decir, pero yo sabía que había una razón detrás de todo aquello. Algo me recordaba que años atrás, un luchador vivía en ti. Pero ahora él parecía haberse ido, aunque yo sabía que seguía ahí. Lo veía en el fuego de tus ojos. En la forma en la que crispabas los labios. Sabía que había algo que te impedía estallar, vivir la vida a tu manera, como me enseñaste a hacer hace no demasiado tiempo, había algo que te empujaba a apagar la ira en tu interior con alcohol, deshacerte de la furia a base de vasos de whisky. Y yo tenía que ver día a día como desistías. Como dejabas de ser tú mismo, para ser alguien que no luchaba por su vida, una persona conformista, alguien a quién todo le daba igual.
Pero no te abandoné. Yo nunca lo haría. Estaba ahí para ti, al borde del cañón, observándote con la esperanza de ver cómo te convertías en la persona que años atrás era mi mejor amigo, el que le dedicaba las mejores palabrotas en alemán a la tristeza, esa persona que luchaba a mi lado todas y cada una de mis batallas, que me enseñó a sacarle la lengua a mis problemas y a aficionarme a burlarme del peligro. Seguí a tu lado por las memorias de días pasados, porque con cada minuto que pasaba, seguía buscando a esa persona. Y mi desilusión no paraba de aumentar al ver que, en su lugar, sólo veía como te hundías. Cada vez más hondo, más profundo, más lejos de mí. Y yo aguardaba, esperaba a que me pidieras auxilio, porque no podía ayudarte si no lo hacías. Necesitaba oírte decir que querías volver a ser el de antes. Quería ver como tus ojos buscaban a alguien que te pudiera salvar.
Pero ese siempre fue tu problema, Garin. Tú nunca deseaste ser salvado.

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