miércoles, 4 de septiembre de 2013

¿Veis a aquella chica? Ahí, sentada en la barra de aquel bar. La que tiene el pelo de fuego y una mirada que rima con el color del whisky de su vaso. La que nunca sale de casa sin aquella omnipresente mirada altiva ni su sonrisa cruel jugueteando con las comisuras de sus labios.
La que tiene la mala costumbre de atraer atenciones ajenas.
La que tiene complejo de rompecorazones. No de las de las películas, las niñas buenas cuya sonrisa te embelesa sin querer. No, señores. Estamos ante una rompecorazones de las de verdad, de las que ya no quedan. Las que te arrancan el corazón, lo lanzan al suelo sin remordimientos y lo agujerean lentamente con unos tacones de aguja con la simple excusa de que pueden.
 La misma.
¿La veis?
Su nombre es Babel.
No os equivoquéis, no tiene nada de religiosa. Haríais bien en no confundir su nombre con buenas intenciones o algo parecido a eso. No. Es sólo un nombre atado a una historia. Una historia triste. Una historia que se esfuerza por no recordar. Una historia que sabréis más adelante.


El siguiente en salir en escena es Norte. No es fácil describirle, ¿sabéis? Hay algo en su mirada, en el frío azul de sus ojos que recuerda inevitablemente a un huracán. Puede que os cueste distinguirlo, pero dadle tiempo a que esté despierto del todo. De momento sólo se ve el movimiento de las nubes, agrupándose, amenazantes. Se va cargando poco a poco, formado por todos esos enfados que se esfuerza por tragar, por toda esa furia contenida en más de un metro ochenta. Si no lo distingues en su mirada, fíjate en sus puños. En cómo los aprieta. En el dibujo de sus venas surcando su piel. En las media lunas que la presión de sus uñas ha trazado en sus palmas. Pero no lo juzguéis precipitadamente, ¿de acuerdo? Sé que en su interior se esconde un chico confuso y débil, aunque nunca haya visto ni rastro de él. Haced como yo y dadle un voto de confianza, ¿queréis?
Me gustaría saber cómo seríais vosotros en su lugar. Después de todo, no sabéis su historia. Sólo su nombre.
Pero todo a su tiempo.


Y por último, tenemos a Siberia. Por favor, no la desdeñéis sólo por haberla dejado para el final. Dadle una oportunidad a la pequeña Siberia. No diré la típica frase de que he dejado lo mejor para el final. No, ni mucho menos. No es ni de lejos perfecta. Ha cometido errores, como todos. Lleva una historia a sus espaldas, y no es fácil de escuchar.
No lo ha pasado bien, no. Hay una muerte entrelaza en su historia y todavía hace lo que puede por sobrellevarla. Ella sigue intentándolo, pero no le digáis la verdad.
No le digáis que la tristeza es de los compañeros más fieles que hay. Que se te mete dentro de la piel y no la podrás sacar nunca. No lo hagáis. Dejad que siga con su mentira. Si ella dice que puede, tal vez sea verdad.
(O no).
 Hace lo que puede. Rara vez saca a pasear esa sonrisa tímida suya. Huye de los recuerdos amargos y absorbe el mundo a través de sus atentos ojos verdes de cervatillo. Se lo bebe de un trago, de golpe, como una vez le enseñaron a beberse la medicina. Sin poner caras, sin saborear la amargura, sin sentir. Porque es lo que tiene que hacer para seguir adelante. 
Aunque hay veces que se queda en blanco y se tambalea, y aunque suene increíble, casi puedes verlo.
Puedes ver como su silueta se distorsiona poco a poco, un aviso de que va a romper en pedazos pronto. Su mirada empeiza a vagar, y ya no te oye cuando le hablas. Sus labios se abren como buscando aire y entonces te das cuenta. Ella ya no está ahí. Ha caído a ese agujero negro que la acoge siempre para recordarle cuál es su pasado. Y cuando eso pase, empezad a rezar. Porque no será fácil sacarla de esa depresión.
Después de todo, parece demasiado pequeña para que haya vivido una tragedia equiparable al esfuerzo de olvidar que le pone, ¿no? Es normal que confundáis sus años. Después de todo, ni su cabello rubio casi de nieve, ni las diminutas pecas que surcan sus mejillas y ni su estatura han jugado nunca a su favor para determinar su edad. 
¿Puedo confesaros algo? Creo que ella es mi favorita. Tiene algo que te conmueve, que te impulsa a protegerla. Quizá su historia, quizá su esfuerzo por seguir adelante. O tal vez sea la fascinación que me causa el ver la increíble devastación que sufre cuando recuerda. Como un niño pequeño ante un rascacielos. 
Impotente. 
Diminuto.
Casi como ella, ¿no?







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