domingo, 6 de octubre de 2013

La luz del bar parpadeó, sorprendida de ver a aquella chica menuda entrar tambaleandose por la puerta. Dios un par de pasos, casi trastabillando con sus propios pies, sus ojos demasiado concentrados en mirar al infinito como para prestar atención a las tablillas de madera del suelo. Recorrió el local con la mirada, sin fijarse en realidad en nada, y siguió andando, con esa expresión vacía abarcando todo su pálido rostro, hasta sentarse en la barra.
El barman la evaluó un segundo con la mirada, y esbozó una sonrisa sardónica.
- ¿Te has perdido, pequeña?
Ella clavó sus ojos en él durante un segundo y parpadeó un par de veces.
- No.
- ¿Qué haces aquí, entonces?
- Tenía entendido que en los bares vendían bebidas.
Él estalló en carcajadas.
- No a menores.
Ella sacó el carnet de identidad, inexpresiva, pero él ni siquiera lo miró.
- Perfecto, entonces. Un vodka. Solo.
- ¿No prefieres leche y galletas?
La chica inclinó la cabeza, como sopesando sus palabras. Entrecerró los ojos, turbios de ira, y miró con fijeza al chico. En el fondo de sus pupilas se podía ver asomar todo el dolor que llevaba escondido dentro. Sólo una pequeña parte, como la punta de un iceberg. Pero fue suficiente para cambiar su rostro. Parecía más madura, las lineas de su rostro menos redondeadas. Y su voz, mucho más profunda. Kilométrica.
- Escúchame con atención. El mundo ya me ha echado suficiente mierda encima como para que tú decidas hacerte el gracioso. Te he pedido una cosa muy simple, ¿no? No soy menor, tengo dinero y quiero un vodka solo.
El barman se quedó quieto, mirándola en silencio.
- ¿Hay algún problema?
Por toda respuesta el barman alargó la mano y cogió un vaso. La botella de vodka brilló bajo la lámpara, como si se alegrara de reencontrarse con la chica, pero ella no pareció darse cuenta.
- Ahora hay uno menos - y vació el líquido en su garganta.
Y el culo del vaso se reencontró con la madera de la barra, en una orden muda. Los ojos de la chica se clavaron en los del chico, expectantes.
- Vaya, vaya - vertió parte de la botella de nuevo en aquel vaso -. ¿Tienes nombre, o sólo una resistencia inexplicable al alcohol?
Ella hizo una mueca, como si el simple hecho de recordar su nombre le doliera.
Y, en realidad, así era.
- Siberia.
El nombre se deslizó por sus labios despacio, a cámara lenta. Después de todo, no era fácil moverse más rápido cargando toda la tristeza que cargaba. Pero eso suele pasar cuando un nombre te recuerda inevitablemente lo que has perdido.
Quién sabe, puede que no fuera casualidad.
- ¿Como Siberia, en Rusia? 
Ella deslizó el dedo por el borde del vaso, nostálgica.
"Como la causa perdida, más bien"
- ¿Qué si no?
Y el vaso volvió a quedar irremediablemente vacío. 

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