sábado, 31 de diciembre de 2011

Do you want the truth or something beautiful?

La verdad no es algo que realmente queramos oír. Es algo cruel. Amargo como el peor de los venenos, cortante como la más afilada de las dagas. La verdad te atraviesa de parte a parte como si de una bala se tratara. En contra de todo sentido, crea vacíos en vez de llenarlos. La mayoría de las veces, ataca y no deja supervivientes. Es el remedio que muchos buscamos, sin ni siquiera saber si es lo que necesitamos. Es la última pieza que buscamos, sin saber que hará que todo el rompecabezas estalle por los aires.
Seguimos pidiendo la verdad, cuando lo que en realidad queremos es una mentira creíble, piadosa. Que nos asegure que no todo está perdido, que aún hay algo a lo que aferrarse. Que hay algo en lo que creer. Da igual que sea cierto o no. No duele. No hiere. No mata.
Así pues, dejaré que las mentiras me consuman, me dominen. Que creen una realidad alternativa. Sin dolor. Sin sufrimiento. Un lugar sencillo, en el que vivir sea algo tan fácil como respirar. Como dejarse llevar.

~ Do you want the truth or something beautiful? ~

lunes, 12 de diciembre de 2011

How to live

Poco a poco aprendimos a vivir.  A saborear cada momento y coleccionar todos los pequeños detalles. A gritar nuestros nombres con fuerza al mundo, por miedo a ser olvidados. A cometer nuestros errores a lo grande, para asegurar que seríamos recordados.
Comprendimos que no podíamos ser felices permanentemente, pero que era suficiente con llevarle ventaja a la tristeza.

domingo, 16 de octubre de 2011

One.

Viernes por la noche. No sé la hora exacta, pero es tarde. Estoy segura de que es demasiado tarde. Demasiado tarde como para llamarte. Demasiado tarde como para decirte que muy probablemente tengas razón. Demasiado tarde como para evitar que te marches. En resumen, es demasiado tarde para todas esas cosas que debería haber hecho y mi cobardía me ha impedido llevar a cabo.
Viernes por la noche, y mi cerebro se entretiene atormentándome con ráfagas del azul eléctrico de tus ojos. Y con imágenes de tu sonrisa. Y con la forma en la que arrugas la nariz cuando intentas no reírte de mí.
Viernes por la noche, y todavía me engaño a mí misma con el recuerdo de tu voz junto a mis oídos, con el cosquilleo de tus dedos entre los míos y la sensación que me producía conseguir que dejaras de fruncir el ceño por unos instantes. Me obligo a mí misma a cerrar los ojos e imaginar que todo eso es real, que eres algo tangible que está a mi lado y no una simple alucinación más, porque si no, sé que me acabaré volviendo loca. Y sólo durante ese instante, me permito considerar la idea. ¿Cómo de malo sería? Probar la locura de los labios del peligro. Saborear la demencia en cada una de mis pulsaciones. Darse cuenta por fin de que mantener los pies en la tierra es algo que está sobrevalorado. Todo eso es algo que para unos Cazadores como nosotros está más que prohibido. No podemos salirnos del camino. No podemos incumplir las normas. No podemos ser diferentes de lo que la Orden quiere que seamos. Hay demasiados "no podemos" como para poder considerarnos completamente libres. Sin embargo, obedecemos. Entonces, ¿por qué la idea me atrae tanto? ¿Por qué hace que la adrenalina se expanda por mi pecho y me llene con cada vocanada? ¿Por qué me tienta si no puedo hacerlo? No porque la Orden no me deje, si no porque no soy de las que dejan que algo o alguien gobierne su vida. Ni siquiera algo tan interesante como la locura.
Me muerdo el labio y la mirsma pregunta que me ha estado rondando toda la noche vuelve al ataque. ¿De verdad es demasiado tarde? Miro al teléfono, y las yemas de mis dedos arden en deseos de marcar tu número. Pero yo las contengo.
Quiero ir contigo.
¿Debo ir contigo?
Tengo que quedarme aquí. Acabar con los Nixes. "Son seres malvados", dice la Orden. "Hay que acabar con ellos. No dudarían en martarte, Lex. Atacan a inocentes. No está bien dejarlos con vida." Ese ha sido mi mantra durante tanto tiempo que no me permito a mí misma pensar diferente, a pesar de que algo en mi interior arde en deseos de replanteárselo.
Sería tan fácil admitir que la Orden está equivocada y huir contigo...
Pero, ¿es lo correcto?
Tú has apostado que no todos los Nixes son como pensamos. Que algunos sólo intentan sobrevivir. Que algunos no siempre matan. Tú estás muy seguro de tu teoría, pero yo no sé que pensar. Porque lo malo es que, al cambiar de bando, has apostado tu vida.
¿Estaría bien eso? ¿Sería capaz de seguir adelante con una decisión que podría ser la equivocada?
Pero no puedo hacerlo así como así. Yo necesito basarme en evidencias, no en rumores que tú has oído, o en cosas que crees saber. A pesar de la creencia popular, en cuanto a las decisiones importantes se refiere, yo suelo pensar antes de actuar. Reflexiono, evalúo las pruebas y entonces, hago mi movimiento.
Tomando una decisión, aferro el teléfono entre mis manos y, sin un titubeo por mi parte, les permito a mis dedos marcar tu número. Escucho los tonos sucederse, uno tras otro, mientras tamborileo con las manos sobre mi rodilla. Uno. Me pongo de pie, y agarro un puñado de ropa esparcida sobre la cama de la habitación del hotel. Otro. Recojo la mochila del suelo. Otro pitido más. Meto lo imprescindible en la bolsa. Salta el buzón de voz. Carraspeo y, sin más dilación, empiezo a hablar.
- Blake, soy yo - vacilo un instante y, a pesar de que es innecesario, susurro -, Lexie. Sé que es tarde, pero da igual. Sólo quería que supieras que voy a comprobar tu teoría - me meto una navaja en el bolsillo y deslizo una daga en mi bota -. No sé muy bien cómo resultará mi experimento, pero sólo quería que lo supieras, por si acaso - agarro la Glock de la mesilla y compruebo el cargador, un segundo antes de dudar y murmurar -. Te llamaré. Te quiero. 
Cuelgo, con el corazón latiéndome atronador en el pecho, tratando de dejarme sorda, o de volverme loca, lo que ocurra antes. Pero yo me resisto. No hoy. No este viernes por la noche, cuando es muy probable que mi cadaver acabe irreconocible en un callejón, esperando a que algún desdichado me encuentre.
Así que lanzo una última mirada a la habitación, me cuelgo la mochila a la espalda y me marcho. Pongo rumbo hacia algún callejón oscuro, para encontrarme con mi, muy proablemente, desafortunado Destino.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Verdad a borbotones

No sé si alguna vez habéis tenido esa sensación. Esas ansias a primera hora de la mañana, cuando te levantas y pones los pies en el suelo de nuevo, de ser sincera. De no callarte nada, y ser honesta con todos. Porque la gente sigue diciendo que las verdades deberían ser dichas a la cara. Aunque no sé si son conscientes de que ellos no quieren saberlas realmente. La verdad es algo que duele demasiado como para que valga la pena. Si no lo sabíais aún, ahora lo descubriréis.
A la propietaria de la risa cruel y la sonrisa condescendiente, decirte que toda esa gente a la que tú llamas amigos, hace mucho tiempo que dejaron de serlo. Sinceramente, estoy cansada de oír una y otra vez la larga lista de calificativos negativos que siempre siguen a tu nombre.
A ti, la dueña de ese brillo de superioridad en los ojos, que sepas que no, no eres tan popular como tú crees. Ni las chicas tratan de imitarte, ni los chicos van detrás de ti.
Ah, y no pienses que me voy a olvidar de ti, señorita Amor Propio. Sí, sé lo que piensas. Tu vida es una mierda. Nadie te quiere. Ni una sola persona se interesa por ti, dices. Estás completamente segura de que todo el mundo habla mal de ti a tus espaldas y que, en el fondo, a todos les das asco. Igual sería conveniente que dejaras tus complejos a un lado, y que empezaras a apreciarte a ti misma, para variar.
Y por supuesto, hay que hablar de ti. Te dedicas a hablarme y hablarme, contándome todos y cada uno de tus problemas. Y yo te escucho mientras te quejas, presumes o finges. Te presto atención, porque es lo que los amigos hacen. Están ahí para el otro. Pero, al parecer, tú no opinas que tenga que ser algo recíproco. Cuando se trata de mí, es distinto. Si soy yo la que quiere decirte algo importante, las cosas cambian. Aparentemente, lo que me pase a mí no es digno de tu atención. Pero he aprendido la lección, ya sé distinguir a los de tu clase, y sé que me cruzaré con personas como tú a lo largo de mi vida. Lo único que tengo que hacer es aprender a esquivaros. Porque, por supuesto, no sois una especie en extinción, ni mucho menos. Aparecéis hasta debajo de las piedras, me temo, y respondéis al nombre de falsos. Y yo ya estoy harta de gente como vosotros.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Freedom

Ya es suficiente. Me rindo. Voy a dejar de intentar encajar entre todos vosotros, no intentaré ser uno de los vuestros, ya no más. Ahora he decidido ser algo más, algo nuevo. Quizá seré yo misma, por una vez, para ver cómo se siente.  No quiero que me propongáis vuestras sugerencias, gracias. Ni vuestras miradas desdeñosas cuando hago algo que consideráis diferente. Ni vuestras horribles normas que me aprietan y me oprimen, que tratan de dominarme, cuando soy algo indomable.
Hablaré sin pensar, no importa lo que salga de mi boca. Palabras incoherentes, juegos de palabras, risas estridentes. Dibujaré sonrisas con mis labios, enseñando hasta el último de mis dientes. Correré con el viento, dejando que me guíe y que me hable. Que sea él quien me aconseje, porque no pienso recibir ni una sola orden más.
Esquivaré las grietas entre las baldosas, porque ellas tampoco merecen sentirse pisoteadas. Me saldré de las líneas al pintar, para experimentar cosas nuevas. Vestiré con colores llamativos para intentar escapar de vuestra monotonía.
Y pienso repetir uno a uno mis errores, una y otra vez; no para aprender de ellos, sino para recordar que todos somos capaces de cometerlos.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Un fantasma de lo que un día fuiste

Odiaba tu debilidad. La forma en la que siempre huías de todo, la forma en la que tratabas de escapar de tus problemas. Nunca me lo llegaste a decir, pero yo sabía que había una razón detrás de todo aquello. Algo me recordaba que años atrás, un luchador vivía en ti. Pero ahora él parecía haberse ido, aunque yo sabía que seguía ahí. Lo veía en el fuego de tus ojos. En la forma en la que crispabas los labios. Sabía que había algo que te impedía estallar, vivir la vida a tu manera, como me enseñaste a hacer hace no demasiado tiempo, había algo que te empujaba a apagar la ira en tu interior con alcohol, deshacerte de la furia a base de vasos de whisky. Y yo tenía que ver día a día como desistías. Como dejabas de ser tú mismo, para ser alguien que no luchaba por su vida, una persona conformista, alguien a quién todo le daba igual.
Pero no te abandoné. Yo nunca lo haría. Estaba ahí para ti, al borde del cañón, observándote con la esperanza de ver cómo te convertías en la persona que años atrás era mi mejor amigo, el que le dedicaba las mejores palabrotas en alemán a la tristeza, esa persona que luchaba a mi lado todas y cada una de mis batallas, que me enseñó a sacarle la lengua a mis problemas y a aficionarme a burlarme del peligro. Seguí a tu lado por las memorias de días pasados, porque con cada minuto que pasaba, seguía buscando a esa persona. Y mi desilusión no paraba de aumentar al ver que, en su lugar, sólo veía como te hundías. Cada vez más hondo, más profundo, más lejos de mí. Y yo aguardaba, esperaba a que me pidieras auxilio, porque no podía ayudarte si no lo hacías. Necesitaba oírte decir que querías volver a ser el de antes. Quería ver como tus ojos buscaban a alguien que te pudiera salvar.
Pero ese siempre fue tu problema, Garin. Tú nunca deseaste ser salvado.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Pero caímos.

Desde siempre, fuimos una unidad. Un sólo ser, una entidad única. Nuestros pensamientos descansaban entrelazados, fusionados a veces, casi como nuestros cuerpos. Era imposible saber dónde terminaba yo y dónde empezabas tú. En los peores momentos, me gustaba pensar que había sido el destino el que nos había juntado, alguien que se había tomado las molestias de ponerte en mi camino, y que no sería tan fácil que nos separáramos.
Pero caímos. Como siempre, juntos. Habíamos ascendido tanto, después de tanto aspirar a lo más alto, que la caída se nos hizo eterna. Duró horas. Quizá días. El tiempo dejó de tener sentido en aquel pequeño momento en el que trataba de hacerme a la idea de que, cuando nuestros cuerpos rozaran el suelo, la maraña que eran nuestras ideas se separarían. Tú seguirías tu camino. Yo trataría de encontrar el mío de nuevo.
Y entonces, la caída finalizó, mis huesos chocaron estrepitosamente contra el pavimento, vaciando mis pulmones de oxígeno, llenando mis ojos de lágrimas. el dolor se expandió por mi cuerpo, y yo traté de volver a respirar. Pero eso no era lo peor. Lo peor era aquella horrible oscuridad, que absorbía mis lamentos, que se tragaba mi voz cada vez que gritaba tu nombre. Y el saber que, con toda seguridad, tú estarías moviéndote, siguiendo hacia delante, en una dirección completamente distinta a la mía.
Pero no perdí la esperanza. Tú solías decir que eso era lo último que te abandonaba. Confié en que tuvieras razón. Porque te había perdido ya a ti, y ella era lo único que parecía quedarme.
Con cada noche que pasaba, me lo recordaba a mí misma. Caímos desde lo más alto, aprenderíamos a volver a escalar hasta allí. Seríamos como aves fénix, resurgiríamos de nuestras cenizas, y volaríamos alto, hacia el Sol, buscando algo parecido a aquella maravillosa sensación por la que nos perdimos a nosotros mismos.
Volveríamos a escalar la cumbre, incluso si teníamos que hacerlo por separado.

lunes, 22 de agosto de 2011

Soñar no es gratis.

Y día a día, sigo buscando nuevas historias que leer, nuevos finales que experimentar, nuevos personajes que conocer. Una parte de mí entiende que, a la larga, eso no hace más que darle alas a mi imaginación, recordándome con cada aleteo, que no es más que una fantasía, que yo nunca podré tener una vida como aquellas que se guardan en los libros, que eso no está hecho para mí.
Crea un vacío en mi interior, y con cada palabra que mis ojos absorben, él se ríe de mí y crece un poco más. Leer lo alimenta, soñar lo nutre. Debería parar de hacerlo, pero entonces, todo se vuelve aburrido. El armario que podría conducirme a mundos secretos, se convierte en un simple lugar donde el polvo y la ropa conviven. El aire deja de estar cargado de colores y de sentimientos que vagan lejos de sus dueños. La Luna está presente para ver mi desolación, pero hasta ella ha cambiado: sólo es un astro más.
Cuando dejo de leer, todo es normal. Y eso me aterra. Así que siempre vuelvo a la rutina de antes, mientras mi vacío interior se relame de satisfacción y me anima a seguir así. Pero yo lo ignoro, porque leer es lo único que alivia los efectos secundarios del vacío, y soñar es un placebo que gustosa recibo.
Por lo menos, hasta que el vacío sea más grande que yo, y el soñar me pase factura. Porque, definitivamente, soñar no es gratis. Al menos, no para mí.

domingo, 21 de agosto de 2011

Al lado del otro

La lluvia caía con fuerza a su alrededor. La tormenta había creado charcos en mitad de la acera, sobre los que las gotas seguían repiqueteando con insistencia. Los truenos hacían que los pocos transeúntes que caminaban por la calle se arrebujaran es sus abrigos, e incrementasen el ritmo. Los rayos iluminaban el cielo aquella noche, sustituyendo a la luna llena que, sin duda se encontraba escondida tras alguno de los nubarrones que asediaban la ciudad.
Como he dicho, la lluvia caía con fuerza a su alrededor, pero eso poco o nada podía importarles. Bajo aquel paraguas rojo, cobijados cerca de uno de los portales, nada podía alcanzarles. El chico cogió con delicadeza la mano de su acompañante, entrelazó sus dedos con los de ella y dijo algo ingenioso que la hizo sonreír. Y él le devolvió la sonrisa. No te confundas, no fue una sonrisa cualquiera. Fue una de esas sonrisas reservadas únicamente para una persona. Para esa persona y para nadie más, porque es una forma de agradecerle que te dé tanto sin pedir tan poco a cambio. Porque él no lo sabía en aquel momento, pero ella le cambiaría la vida, en un futuro no muy lejano. Él sería como era gracias a ella. Puede que suene exagerado, pero sólo porque no conoces su historia.
Él se llama Adrien. Ella es Iddy.
La vida le ha dado un millón de patadas a Adrien. Fue criado por su abuela, nunca supo nada de sus padres. Le abandonaron cuando él era pequeño, pero aprendió a vivir con ello. En el colegio al que iba, sufrió abuso escolar. Los niños se metían con él, más de una noche acabó llorando. Los años pasaron, y él se ha endurecido. Ha madurado. Pero ahora es mucho más cínico. Está lleno de amargura y de rencor hacia el mundo, que le ha enseñado una lección. "La vida es una mierda, pero hay que seguir adelante". Hasta que conozca a Iddy.
Iddy es una chica de diecisiete años a la cual la vida también le ha enseñado una lección. "Nunca sabes cuanto tiempo te queda". Su mejor amigo, Marcus, el que vivía dos casas más allá, el que conocía todos sus secretos, el que mantenía todas sus promesas, ese chico, murió cuando ella tenía siete años. Su madre le hizo prometer, entre susurros, que viviría la vida al máximo. Y ella ha cumplido con su palabra.
Ella hará que él se olvide de su pasado. Él la protegerá de sí misma, para que el vivir la vida al máximo, no acabe con ella. En aquel momento, ellos no eran conscientes de ello, pero se necesitaban el uno al otro.
Iddy se mordió el labio durante un segundo. No dentro de mucho, Adrien descubrirá que ese simple gesto, significaba que una locura estaba por venir. Y no tardó mucho.
- Aguanta esto, ¿quieres? - comentó, tendiéndole su abrigo.
- ¿Qué piensas hacer?
Ella hizo oídos sordos y se agachó para soltar el cierre de los zapatos de tacón que tanto habían estado incordiándole durante la noche.
- ¿Iddy? - inquirió vacilante Adrien.
- ¿Tienes idea de lo difícil que es correr con esto?
Y dicho eso, abandonó la seguridad del paraguas y corrió bajo la lluvia. Pisó un charco, entre carcajadas, y se salpicó las piernas desnudas con el agua, ligeramente turbia, pero no le importó en absoluto. Siguió corriendo, sin parar de reír. Abrió la boca y capturó gotas de agua con la lengua, como si en ningún momento hubiera dejado de ser pequeña.
- ¡Iddy! - la llamó Adrien desde el portal -. ¿Qué se supone que estás haciendo? ¿Estás loca?
Ella rió, aún más fuerte.
- Loca no. Original. ¿Ves a alguien más haciendo algo así? Lo estoy patentando.
Él no pudo evitar reírse.
- ¿Vienes? - le invitó la chica.
Y hubo algo, quizá el brillo vivaz en sus ojos o la alegría en su sonrisa, o quizá el timbre cristalino de su risa, que le obligó a contestar que sí. Y gracias a eso, a algo tan pequeño como ese monosílabo, ellos están donde deben estar. Al lado del otro. 

sábado, 20 de agosto de 2011

¿Qué opinas?

Podríamos fugarnos. Cambiar de historia. Vivir en una en la que ambos podamos ganar, para que yo también tenga una oportunidad. En la que no siempre sea el malo el que muere. Vivir en un cuento en el que yo también pueda ganar. Porque si no, ¿dónde está la diversión?

viernes, 19 de agosto de 2011

Unstoppable

Comámonos el mundo, bebámonos el miedo. Juguemos al escondite contra la soledad, y observemos como llora al saber que no puede ganar. Multipliquemos nuestras ganas de soñar por mil y veamos como se vuelven infinitas. Cacemos imposibles, domestiquemos estrellas fugaces.
Olvidémonos por unos minutos de lo que nos deparará el futuro, quiero que sea una sorpresa; vamos a cerrar los ojos y a ahuyentar al pasado, podría arruinarnos el presente. Lo único que necesitamos saber es que, tú y yo, juntos, somos algo imparable.

jueves, 18 de agosto de 2011

No dejes de crearnos

Y así, como Alicia, acabé en mi propia realidad.
Un lugar donde yo era la dueña de todo lo que podía ver. Un lugar donde yo ponía las normas. Donde el diccionario no permitía palabras como "imposible" o "inalcanzable". Era un lugar para las ideas más extravagantes, aquellas que hacían que te mordieras el labio, aquellas que sólo te atrevías a revelar con palabras susurradas al oído. Era un país para soñar despierto y no preocuparte de las posibles consecuencias. Un espacio donde no estaba bien visto pensar en el pasado, ni en cualquier otra cosa que no fuera el presente.
Las gotas de rocío caían hacia arriba, la hierba se estremecía a mi paso. Las ramas de los árboles se retorcían sobre sí mismas, y sus ramas se extendían hacia el horizonte, uniéndose las unas con las otras, formando un techo de hojas de miles de colores muy por encima de mi cabeza, tratando de evitar que el Sol incidiera en el suelo. Un río de aguas de plata discurría por las copas de los árboles, recorriendo las hendiduras en espiral de sus troncos hasta tocar el suelo y nutrir instantáneamente a la vegetación que allí crecía.
- El reino de los sueños. El baúl de lo irreal. El país de las maravillas - canturreó una voz entre los árboles.
Me giré con calma en esa dirección, pestañeando para alejar las pompas de agua de mis ojos y ver al gato que se aproximaba, todavía entonando la canción. Andaba con parsimonia, acariciando la hierba con sus garras cada vez que daba un paso, ladeando su lomo rayado conforme se movía. Clavó sus ojos turquesa en mí durante un segundo, manteniendo la última nota. Abrió la boca momentáneamente tras su pequeño concierto, y capturó una gota de rocío con la lengua.
- Néctar de los dioses, Circe - me dijo.
Sonreí con educación.
- No me llamo así.
- Aquí sí - no admitía réplica alguna, así que me callé.
Alargué una mano y traté de capturar aquella extraña lluvia que nunca llegaba a caer realmente, y al rozarla con las yemas de mis dedos explotó en un puñado purpurina que se llevó la brisa.
Contemplé con paciencia como el felino se estiraba más de lo que se consideraba normal y rodaba por la hierba hasta impregnarse del olor que reinaba por doquier. Cuando fue consciente de que le observaba, volvió hacia mí la cabeza y susurró:
- Hay que ver de lo que eres capaz con un bolígrafo y un poco de papel, ¿eh?
Sonreí un poco, sin llegar a entender lo que quería decir. Soltó un suspiro.
- Cada vez que empuñas un bolígrafo, no es de tinta de lo que está lleno, sino de ideas inconexas a las que tú les das forma. Las guías hasta este mundo, y aquí siguen viviendo para siempre.
Me recosté en la hierba, satisfecha, dando forma a una sonrisa en mis labios. El gato sonrió a su vez, la sonrisa más grande que jamás podré ver, con sus ojos brillando iluminados por un afán de soñar a menudo confundido con locura.
Cerré los ojos, mientras una última súplica acariciaba mis oídos.
"No dejes de crearnos"