martes, 2 de octubre de 2012

Los ojos de una niña soñadora.

Exactamente igual que nos pasa a todos, hubo un día en que la niña por fin se dio cuenta de que tenía la cabeza llena de pájaros, de pequeños colibríes que la ayudaban a sobrevolar la realidad, que la anudaban a las nubes con cables de oro, su mirada surcando la esponjosidad de los cumulonimbos. Así que cuando se dio cuenta de que volaba por el aire sin control, que las alas de su imaginación aleteaban descontroladas, cuando fue plenamente consciente de que no podía mantener los pies sobre la Tierra, le pidió a la Tierra que se mantuviera bajo sus pies. Que se quedara cerca, muy cerquita, que le sirviera de punto de apoyo. Se lo susurró al oído, muy bajito, de corazón, con los ojos brillantes de una niña soñadora y con un por favor que se balanceaba en sus labios. Se lo pidió con la gravedad propia de quién cree que algo es de súbita importancia, como sólo una niña sabe pedir las cosas.
Y la Tierra entendió, sin necesidad de que le explicara nada más, porque ella también había soñado una vez.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Vivamos.

Lancemos una moneda al aire, que sea ella la que tome las decisiones importantes. No pienses. No sufras. No tengas miedo. Hoy no. Porque he visto cómo la suerte nos guiñaba un ojo, como nos repasaba con la mirada, con esa lascivia tan propia de ella brillando como loca en sus ojos. Sí, pequeña, hoy la suerte está de nuestra parte. Así que juguemos a ser todo, un absoluto, hagamos como si ganar fuera algo habitual en nuestra vida. Actuemos, que no vean que hemos perdido más batallas de las que hemos luchado. Que nos hemos caído más veces de las que podías contar y que jugar a unir las moraduras de los golpes que nos ha dado la vida es algo habitual en nosotros. Que estamos cansados de ser nada. Cansados de ver el mundo correr a nuestro lado, pero sin atrevernos a participar en la carrera.
El momento ha llegado. Dejemos de temer la felicidad por miedo a que desaparezca y a lo que venga después. Arriesguemos. Sintamos. Gritemos con todas nuestras fuerzas y explotemos en un millón de carcajadas. ¡Qué coño, vivamos! Vamos a vivir tan fuerte y tan alto que nos duela durante esta vida y todas las que vengan después. No porque podamos. No porque lo estemos deseando.  No. Porque nos lo merecemos. Porque por una vez el mundo parece dar una oportunidad a esos que no tienen asegurado un final feliz.
Porque ahora entiendo esa frase a la que te aferrabas cuando todo lo demás parecía desvanecerse.  "Si puedo tener una historia contigo, ¿para qué voy a querer un final feliz?". ¿Se sigue considerando 'feliz' si el punto y final es la idea más aterradora posible?

martes, 21 de agosto de 2012

Encuentros desafortunados


La mirada de Circe se deslizó por aquel cruce de calles perezosamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Como si no supiera que Hex la estaba esperando escondido en aquel mismo sitio, como si no fuera consciente de que él la podría matar en cualquier momento.
Parecía muy tranquila. La pistola cargada en la mano. El rostro completamente imperturbable. Su pecho subía y bajaba despacio, con calma. Nadie diría que acaba de emprender la carrera de su vida, tan rápido como su cuerpo le había permitido, e incluso más. Nadie diría que el pulso le latía bajo la piel tratando de imitar el frenético ritmo del aleteo de un colibrí. Nadie diría que estaba ahí para matar a la persona a la que antes había creído querer, pero sin embargo, así era.
Enfrente de ella el esqueleto de un edificio vacío se alzaba, con fragmentos de cristales pendiendo de sus ventanas que la observaban como decenas de ojos. Unos pasos más allá un semáforo colgaba en mitad de la calle, torcido y cabizbajo. Las líneas de la carretera se asomaban débilmente entre los montones de escombros que decoraban el suelo. Asimiló cada uno de los detalles de la ciudad moribunda que la rodeaba, pero no encontró ni el más mínimo indicio de que Hex estaba ahí. Pero ella sabía con una certeza abrumadora que el chico estaba ahí, observándola. Lo sabía. Porque ella, al contrario que él, no se había tomado la molestia de esconderse. Aquello sólo habría sido una pérdida de tiempo. Algunos podrían pensar que era una insensata. Que aquello era un suicidio. Que no sabía lo que hacía. Pero no era así.
- No deberías estar aquí - susurró una voz esperada a su espalda. Una advertencia, dura y fría, metal líquido invadiendo los oídos de la chica.
Circe se mantuvo de espaldas, sin mirarle siquiera. Sus labios esbozaron una sonrisa taimada apenas perceptible. Sus dedos acariciaron la pistola que estaba sosteniendo. No tembló. No se inmutó. No se sobresaltó. ¿Por qué iba a hacerlo? Lo conocía lo suficiente como para saber que estaba allí. Lo suficiente como para saber que en ese mismo instante la estaba apuntando con una pistola. Lo suficiente como para saber qué iba a hacer, qué iba a decir, cómo iba a actuar. La traición no lo había hecho menos predecible.
- Yo podría decirte lo mismo. ¿Qué diría el líder de esos monstruos a los que ahora llamas aliados si supiera que has venido a charlar conmigo?
Casi pudo oír cómo apretaba las mandíbulas a sus espaldas.
- Esto no es una reunión para hablar del tiempo o de cómo nos va la vida, imbécil. Estoy a punto de matar a una de las rebeldes más peligrosas, y seré recompensado por ello.
- ¿De las más peligrosas? - rió con suavidad -. Piropos así no, cariño, vas a hacer que me sonroje.
- Te estoy hablando en serio, Circe - gritó él - ¿Me oyes? ¡Te estoy apuntando con una pistola, Circe! ¡Con una jodida pistola! De las que quitan la vida y hacen llorar. De las que matan. ¿Y tú te lo tomas a broma? Sigues siendo la misma chica gilipollas con complejo de mártir. Dime, Circe, ¿seguirás siendo así cuando haya vaciado el cargador de la pistola en tu pecho?
Escuchó cómo la grava del suelo se movió al dar un paso.
- Dime, ¿qué crees que se siente al saber que la persona a la que querías no dudará a la hora de disparar?
Esa era la mayor habilidad de Hex. Ni disparar, ni pelear. No había nadie que hiriera con palabras mejor que él. Nadie inyectaba hiel al hablar como él. No importaba que a Circe le hubiera dolido. Daba exactamente igual que aquel puñado de palabras se hubiera clavado en su interior como cuchillos. Lo único relevante era que él no supiera la magnitud de sus palabras.
Así que se dio la vuelta. Con la mirada limpia y clara, como si sus palabras le hubieran dado aún más confianza, más arrogancia de la que ya tenía de por sí. Sólo tenía que creerse su papel, fingir que todo eso no le importaba lo más mínimo, aguantar un poco más. Luego podría desmoronarse todo lo que quisiera por lo que sabía que iba a hacer. Después de todo, ya lo había dicho Hex. Aquello no era una reunión para hablar del tiempo. Ambos sabían para qué habían ido allí.
- Dime una cosa, Hex.
Le miró a los ojos. Uno del color azul del cielo. Otro del color castaño de su pelo. Tenían algo que aún entonces la atraía como un imán. No era algo físico, sino una especie de magnetismo del que ella había creído librarse hacía mucho tiempo. Era como un hechizo, como un maleficio, le había dicho una vez. "Maleficio, ese debería ser tu nombre". Y así había sido. Ella le había dado un nombre. Ella le había dado alguien en quién confiar. Le había dado una compañera. Una amiga. Mucho más que eso. Y todo eso se había convertido en nada.
- ¿Por qué?
Él pareció sorprendido. Quizá no esperaba que nadie le hiciera esa pregunta. Tal vez esperaba que Circe soltara algo tratando de irritarlo. A lo mejor tan solo buscaba una excusa para apretar el gatillo sin sentirse culpable después. Había un millón de posibilidades, pero ninguna parecía satisfacer a Circe.
- ¿Por qué lo hiciste? - su voz casi se rompió, convertida en un montón de añicos tras los que se adivinaban las lágrimas. Casi se podía entrever, con mucho esfuerzo, lo difícil que le estaba siendo enfrentarse a todo aquello. Casi, pero no del todo.
Ella seguía con la mirada clavada en la suya, ignorando por completo que tenía el cañón de aquella pistola a escasos centímetros de su frente.
- ¿Qué coño te hizo pensar que era buena idea aliarte con ellos? ¿Pensaste en toda la gente a la que estabas condenando con tu traición? ¿Eh? Paw. Zar. Fawn. Lucca. Yo.
- Cállate.
- ¿En algún momento ha significado algo para ti la palabra compañerismo? ¿Lealtad?
- ¡He dicho que te calles!
Veía la forma en la que la sangre ardía en sus venas, el brillo metálico producido por la ira en sus ojos. percibió cómo se tensaban su manos alrededor del gatillo, cómo las ganas de apretarlo aumentaban. Qué fácil sería para él hacerla callar, pensó. Un disparo, y todo estaría solucionado. Circe estaría muerta, y el capitán Venom le recompensaría por ello. Sin embargo, los dos sabían que sería muy difícil sobrellevar la culpa después. Estaba lejos de tener nada que ver con el amor, si no más bien con el haber sido compañeros. Ese anticuado "Cúbreme las espaldas" que creaba vínculos se encargaría también de crear remordimientos. Pero si Venom se enteraba de que había tenido la oportunidad de matarla y no lo había hecho, el que acabaría con una bala instalada en su cerebro sería él.
Qué fácil sería para él hacerla callar, volvió a pensar, como si por fin fuera consciente de ello. Sólo un pequeño movimiento y fin. No necesitaba nada más.
Y en ese momento, a pesar de la situación en la que se encontraba, y con una curiosidad morbosa guiando sus pensamientos, Circe tuvo curiosidad por saber cómo acabaría todo aquello.
- ¿Quieres saber por qué lo hice? - una risa cruel -. Digamos que valoré más la vida que eso que tú llamas lealtad.
Dio otro paso hacia delante.
- ¿No te das cuenta, verdad, Circe? Estáis peleando por una causa que ya está perdida. Lo está ahora y lo estaba en el momento en el que empezasteis. Los rebeldes no tendréis un final feliz. Siendo optimistas, alguien enterrará vuestros cuerpos. Y si nos ponemos en lo peor, vuestros cadáveres se amontonarán en un callejón oscuro y seréis la próxima comida de alguna rata. Pero no hay ninguna posibilidad de que salgáis de esta guerra con vida. No en el bando en el que estáis. No después de todo lo que habéis hecho.
Hex inspiró, con fuerza.
- Así que, por si te lo preguntas, no. No me arrepiento de haberos traicionado - le quitó el seguro a la pistola -. Míralo desde este punto de vista. Al menos alguien irá a dejaros flores.  
Quizá ya iba siendo hora de que apartara los ojos de Hex y empezara a concentrarse en la pistola. Iba a disparar. Iba a morir, joder. ¿Y eso era todo? ¿Ni un adiós, ni un "Ha sido un placer conocerte"? Se le escapó un resoplido de frustración, que hizo que él arqueara una ceja.
- ¿Qué? - lo preguntó a regañadientes, como si no estuviera del todo seguro de querer saber qué pasaba por la mente de la chica.
- Estaba pensando - una risa ligeramente histérica brotó de su garganta - que la muerte no se ve igual desde el otro lado de la pistola.
Hex se quedó extrañado. ¿Eso era todo? ¿No pensaba escapar? ¿No pensaba quitarle el arma de las manos y ganar ella la partida? ¿No iba a luchar? ¿No iba a intentar salir con vida de aquello? ¿Eso era todo?
Inspiró con fuerza. Acercó el índice al gatillo. Mejor así. Sería más fácil si ella no luchaba. Porque tenía que hacerlo. Debía hacerlo. Era él o ella. Él o ella. Él o ella.  Soltó el aire y abrió los ojos, aunque ni siquiera se había dado cuenta de que los había cerrado.
Iba a hacerlo.
- Ha sido un placer - musitó él.
Un brillo de humor se encendió tras los ojos de ella y él estuvo tentado de volver a preguntar, pero no tenía sentido posponerlo más.
Ella no cerró los ojos. No era su estilo apartar la mirada. Girarle la cara a la mismísima Muerte debía de ser una falta de educación en toda regla, pensó Circe, y ella no era tan maleducada.
Hex volvió a tomar aire.
Él o ella.
Suspiró. Bajó el arma.
- Lárgate. Vete. Por tu bien, más vale que no nos volvamos a ver, porque entonces te dispararé.
Y se fue.
¿Él o ella? A pesar de todo, la respuesta seguía siendo ella. Siempre.




(Lo siento si ha sido una entrada excesivamente larga, no he podido acortarla de ninguna manera. Mil gracias por haber leído hasta aquí, en serio)

miércoles, 25 de julio de 2012

Errores inevitables.

Beta corría todo lo rápido que podía. Los músculos le chirriaban, le ordenaban que se detuviera, le pedían piedad a gritos. Pero ella no tenía tiempo de detenerse, ni siquiera de escuchar las demandas de su propio cuerpo. Tenía que seguir adelante.
- Tengo que encontrar a Hex - le había dicho Circe unos minutos antes -. Tengo que acabar con él. Sé donde está.
- No tienes que hacerlo, Circe.
Ella ya se había dado la vuelta.
- ¡Circe!
Cuando Beta agarró a Circe por la muñeca, supo que ella era lo único que la retenía ahí. Podía sentir el frenesí que latía bajo la piel de Circe, notaba como la instaba a moverse, a salir disparada, a correr. Oía cómo cada pulsación le hablaba, convenciéndola de que nada malo iba a pasar. Beta casi era capaz de escuchar sus pensamientos, una retahíla de frases inconexas que derivaban en la misma idea. Venganza. Paz. Protección.
Por ese motivo, cuando abrió la boca para hablar, lo hizo a la desesperada. Era un último intento de evitar que Circe cometiera un error que ambas sabían que iban a cometer. comprendió que no había manera de evitarlo. Porque, si Circe conseguía reunir el valor suficiente como para apretar el gatillo y matar a Hex ¿quién saldría más herido? ¿Sería Hex, quien la había traicionado, o la propia Circe, al ver su sangre en sus manos?
- No lo hagas - un susurro. Una petición. Una súplica. 
- Tengo que hacerlo, ¿me has oído? - le había gritado, sacudiéndose su mano de encima -. Y tengo que hacerlo antes de que llegue hasta esos monstruos hijos de puta, antes de que piense siquiera en delatar dónde se encuentra nuestro escondite.
- Él no...
- No te equivoques, Beta. Las dos sabemos que sí que lo haría. En el preciso instante en que decidió traicionarnos se convirtió en el enemigo. Él ha elegido su bando, y tiene que enfrentarse a las consecuencias. Yo me ocuparé de él - no vaciló en ningún momento, sus ojos de hielo clavados en los de Beta -. No estás lejos de la plaza, avisa a Paw. No me sigas.
- Pero...
-¡Avísale!
Y entonces, Circe había echado a correr. Hacia el lugar dónde más cambiaformas había, el más peligroso con diferencia, mientras Beta intentaba hacerse a la idea de no saber si volvería.

miércoles, 27 de junio de 2012

Survivor.

Mi cerebro me gritaba, me maldecía, me ordenaba que huyera de allí, que huyera de mí misma, que me alejara, que dejara atrás el dolor. Que no tenía sentido ser como era, y que me lo estaba buscando yo solita, su voz como una retahíla en mi cabeza, como cristales brillantes rechinando entre sí. Demasiado llamativo como para no hacerle caso, pero con demasiada experiencia como para aún así, pensármelo dos veces. 
Porque al mismo tiempo, una pequeña parte de mí, demasiado marchita, demasiado pisoteada, me pedía que me quedara. "Siéntate, preciosa, toma otra copa más". Yo estaba tentada de responderle como siempre, con un bufido y un gesto obsceno, pero esta vez no fue así. Esta vez se lo debía. "Sólo por esta vez, Corazón. Para ver qué se siente.". Para ver lo que se experimentaba cuando estabas en mitad de un huracán y tú te limitabas a mirar. Cuando un terremoto hace añicos un edificio, y tú te sientas a contemplar la función. Sin preocuparte de lo que te pueda ocurrir. Sin importarte los estragos que puedas sufrir. 
Aquel día aprendí dos cosas del Corazón: aprendí a no preocuparme por el futuro y a no hacerle caso nunca más. 
Después de todo, quizá había un motivo para que estuviera maltrecho y remendado. Tal vez influía el hecho de que él y yo nos tratáramos a patadas. Corazón no me tenía mucho aprecio, y yo a él tampoco. Por eso mismo lo admiraba, en secreto. Porque estaba consiguiendo sobrevivir a todas las putadas que yo le hiciera. Porque seguía latiendo, yendo hacia delante, hacia ese futuro incierto en el que no se paraba a pensar. Y eso era digno de ser admirado, aunque nunca fuera a reconocerlo. 

domingo, 27 de mayo de 2012

Venganza

El frío se colaba por mis ropas y mordía mi piel, entumeciéndome sin piedad. El viento helador que inundaba el cementerio iba conquistando cada extremidad de mi cuerpo paulatinamente, y yo no me molesté en oponer resistencia si eso implicaba dejar de sentir el dolor por un momento.
Porque mientras yo me encontraba en aquel lugar rodeado de muerte y tristeza, más allá de esos muros una guerra estaba en marcha y a mí ya me había arrebatado más de lo que nunca podría haber imaginado.
Era una guerra sin nombre, en un lugar cualquiera, en una época al azar. Nada de eso tenía importancia. Lo único que realmente importaba era el hecho de que ahí fuera la gente había dejado de ser ciudadanos para convertirse en los miembros de dos bandos opuestos que luchaban por defender dos verdades contrarias. Ambos, ilusos de ellos, estaban convencidos de su inminente victoria, mientras que, en realidad, la única que llevaba las de ganar era la Muerte, que se paseaba a sus anchas por las calles de la ciudad. Y, por supuesto, a Ella le daba igual el bando al que perteneciera el difunto cuando se lo llevaba.
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, y yo volví a fijarme en las lápidas que me rodeaban. Había una en concreto, la que descansaba frente a mí, que parecía gritarme que reuniera el valor necesario para bajar la mirada y enfrentarme de nuevo a la realidad. Y yo la obedecí.
“Jem Meyer: hijo, hermano, amigo, soldado de las filas rebeldes”, rezaba.
Mi garganta se hizo un nudo mientras leía la palabra hermano. Parecía resaltar sobre las demás, hiriéndome, como si fuera afilada y abriera cicatrices en mi interior. La culpa volvió a inundar mi pecho, y las lágrimas me enturbiaron la visión.
Le había prometido que nada malo le pasaría, que la guerra no acabaría con nosotros, pero no sabía lo equivocada que estaba. Nadie estaba libre de culpa. Él por dejarse eclipsar por la falsa promesa de fama de la guerra uniéndose a los Rebeldes. Ellos por armar a un niño de tan sólo trece años. Yo por no saber nada y haber cometido el error de decirle dónde estaba Jem a alguien que, sin yo saberlo, era su mayor peligro. Hablo del Capitán Mark Johnson quién, antes de la guerra era sólo Mark, el chico que siempre había estado allí para mi familia, que era mi mejor amigo y que había prometido protegernos a mi hermano y a mí antes de que la guerra empezara. Él sabía que mi hermano era un rebelde y, una vez que supo dónde encontrarlo, su prioridad había pasado a ser acabar con lo rebeldes, aunque eso incluyera a mi hermano. 
- No pude protegerte – le confié a la fría lápida -. Pero me aseguraré de vengarte – las lágrimas me robaron la voz. Tomé aire -. Te quiero.
No tenía sentido posponerlo más, pensé, así que me dirigí hacia el cuartel de Mark, con determinación en la mirada y una pistola cargada en el bolsillo.
Cuando irrumpí en la sala, la sed de venganza era la que controlaba mis movimientos, mientras que yo había pasado a ser una mera espectadora. Entre las lágrimas que encharcaban mi mirada vi como la sorpresa en la cara de Mark desaparecía, para dar paso a una pena fingida con la que le dijo a dos de sus soldados que me dejaran pasar. Me dejé guiar en silencio hasta una habitación, concentrada en el calmado pulso que vibraba en mis venas y en el peso del revolver al caminar.
- Siento lo de tu hermano – mintió cerrando la puesta tras de sí -. Si hay algo…
- No te molestes – le corté -. Sé que diste la orden para que le dispararan.
Cuando él guardó silencio, la ira actuó en mi nombre. Cogí la pistola con soltura y le apunté a la frente. Como si fuera algo normal. Como si estuviera acostumbrada.
- Pierdes el valor cuando estás al otro lado del cañón, ¿eh?
- No, Caterina, no lo hagas. Compréndeme. Era mi deber y…
- Tenía trece años, Mark. ¡Trece! Era sólo un niño y tú lo mataste.
- No apretarás ese gatillo, Caterina – el color había desaparecido de su cara -. No eres capaz.
- ¿Ah, no? – esbocé una sonrisa rota -. Dile a mi hermano que le quiero.
No cerré los ojos. No aparté la vista. Dejé que los últimos segundos de vida del asesino de mi hermano se me quedaran grabados en la retina, mientras apretaba el gatillo del revólver sin vacilar. La vida se le escapó por el agujero de salida de la bala, manchando la pared detrás de él. Su cuerpo sin vida se tambaleó y cayó hacia delante, como una hoja marchita cayendo al suelo.
Solté el arma. Había sido rápido. Fácil. Casi tanto como respirar.
Me dejé caer al suelo, sin fuerzas algunas que me sostuvieran, y rompí a llorar, mis hombros convulsionándose con fuerza. Los soldados habrían oído el disparo, no tardarían en venir, pensé.
Y, por sorprendente que pareciese, a mí no me importaba.  

domingo, 8 de abril de 2012

¿Alguien como él?

Las lágrimas le corrían por el rostro. Dejaban caminos oscuros de rímel tras de sí, marcándola, haciendo aún más obvio el hecho de que estaba llorando. De que era débil. De que esta vez, quizá no había vencido.
- Circe - su nombre, susurrado, casi convertido en un ronroneo. En una brisa cálida que le acarició los oídos y le animó a levantar la mirada. Ella no lo hizo. No quería que la vieran llorando. Ni siquiera ella. Ni siquiera alguien como Beta.
Una mano se enredó en su pelo, con la delicadeza del ala de un ave, y volvió a oír su nombre.
Se apartó con brusquedad. No quería su compasión. No quería que le dijera que sentía que la persona a la que más amaba la había traicionado. No necesitaba oír que lo sentía cuando eran unas palabras demasiado usadas, casi desgastadas, ya carentes de valor.
- Circe, no pasa nada - una pausa -. Encontrarás a alguien como él.
La risa subió por la garganta de la chica de golpe, y su tinte amargo abrasó las paredes de su garganta, hasta que el dolor la hizo estremecerse. Brotó de sus labios con una falsa alegría que puso la piel de gallina a Beta, una falsa alegría que parecía recomendarle que retirara sus palabras si todavía podía. Aquella crueldad melódica asustó lo indecible a Beta. Circe era destructiva, sí. Era cabezota como ella sola y, para qué negarlo, era una cabrona de cuidado. Pero nunca la había visto herirse a sí misma de aquella manera. Parecía peligrosa. Demente. Perdida. No como una bala perdida, si no como una bala mal conducida.
- ¿Alguien como él? - Beta se encogió. La sonrisa de Circe brillaba como el filo de un cuchillo. Igual de afilada. Igual de despiadada -. ¿Para qué coño quiero a alguien como él, eh, Beta? Me traicionó.
Cogió un trozó de adoquín que descansaba en el suelo y lo hizo volar por la calle vacía, hasta chocar contra la carrocería oxidada del coche destrozado del otro lado. Por un segundo pareció satisfecha con su lanzamiento. Como si en mitad de todo, por lo menos hubiera algo que seguía estando bien. Algo que tenía sentido. Entonces volvió a recordar la humedad de sus mejillas y su rostro se ensombreció.
- Hex me traicionó - repitió en un murmullo, para sí misma -. Me dejó tirada cuando se suponía que tendría que haber estado cubriéndome la espalda. Asegurándose de que nadie intentaba asesinarme, que es exactamente lo que ha pasado - se acarició la herida de bala del hombro con aire ausente, mientras su pecho volvía a vibrar con esa risa cruel -. Debería haber sabido que se aliaría con ellos. No importa que los cambiaformas sean monstruos sin compasión, ¿verdad, B? Ellos tienen poder y eso es lo único que a Hex le importa. El poder, y nada más. Y si en el proceso mueren todos tus compañeros, no tiene importancia. Es sólo uno de los contras que hay que aceptar. 
Se limpió las lágrimas con la manga de su sudadera y se incorporó, completamente inexpresiva.
- Dime, Beta, ¿para qué coño quiero a alguien como él?
Se recolocó la chaqueta de cuero, cuadró los hombros y se levantó, como si nada hubiera pasado. Un escalofrío se entretuvo con la columna vertebral de Beta mientras ella observaba como Circe pasaba los dedos por su cinturón con sistemática costumbre, comprobando que su Colt seguía descansando sobre la cadera.
Avanzó un par de pasos, y volvió la vista sobre el hombro, esperando a que Beta se moviera. No le cabía la menor duda de que, si las circunstancias fueran diferentes, Circe habría continuado avanzando sin mirar atrás, sin esperarla. Pero no en aquel momento. No con un ejército de Cambiaformas yendo detrás de los pocos humanos que quedaban y, en espacial, del grupo rebelde, del que Circe y Beta formaban parte.
- ¿Mueves el culo o qué, Beta?
Su voz no indicaba que había estado llorando hacía unos segundos. Su mirada volvía a ser dura como una roca. La sonrisa sarcástica había vuelto a bailar en sus labios. Eso era todo lo que había tardado en superar una traición y una ruptura. Unos escasos 10 minutos.
Circe era así, se dijo Beta.

martes, 20 de marzo de 2012

¿Y ese beso, Saumensch?

Yo también quiero a una persona que luche por mí. Por mis sonrisas, mi sin sentido y mi mal humor. Por mi ironía que se escapa de entre mis labios, incontenible. Que luche por mis pros y mis contras.Que difumine los problemas a base de guiños. Que me salve de mí misma y me ponga todo del revés simplemente dejando una pregunta flotar en el aire.
¿Y ese beso, Saumensch? 
No pido alguien que me quiera,
 (quizá eso es pedir demasiado),
Sólo pido alguien que me entienda. 
O que haga el esfuerzo de intentarlo. 


(Un apunte: por si no lo habéis hecho, leed "La ladrona de Libros" de Markus Zusak.)

sábado, 10 de marzo de 2012

We were born to move on.

¿Recuerdas aquella sonrisa? ¿La forma en que mis mejillas se tensaron, vacilantes, y mis labios borraron esa mueca que tanto tiempo adornaba mi cara? Parecía algo fortuito. Sin motivo alguno, sin razón aparente.
Era un pensamiento obvio. Una idea que sólo necesitábamos que alguien nos recordara. Pero sobre todo, era una promesa. Una promesa de un futuro mejor. De otra oportunidad. De un cambio todavía por venir. Una promesa en forma de sonrisa, pero una promesa, al fin y al cabo. Puede que fuera temblorosa. Quizá no era demasiado nítida, ni tampoco estaba bien definida. Pero la desesperación nos había enseñado a aferrarnos a cualquier cosa.
No le caímos bien a la suerte, y la vida decidió conducirnos por un camino amargo. Con demasiada tristeza y lágrimas que se desbordaban sin que pudiéramos evitarlo. Con culpabilidad y desconfianza. Con ira acumulada bajo la superficie, en forma de un millón explosiones de dolor. Y por fin, cuando nos cansamos de gritarle al mundo, exigiéndole al mundo una explicación, nos dimos cuenta, casi al mismo tiempo.
Ya habíamos tocado fondo. Habíamos caído en él de golpe, de hecho, sin miramientos, sin nada que frenara la caída. Pero si habíamos tocado fondo, sólo podía significar una cosa.
Ahora sólo podíamos ir hacia arriba. Curarnos las heridas, y seguir adelante. Iríamos a la caza de la felicidad, ya que ella se negaba a aparecer. Brindaríamos con alegría, a la salud de todo nuestro pasado.
Porque a pesar de que habíamos tocado fondo, mis labios esbozaron una promesay tu risa fue suficiente para hacerme saber que tú también la cumplirías. No fue una risa feliz, por supuesto. Rebosaba alivio, ironía y dolor. Pero eso ya no importaba porque los días malos se habían acabado.



martes, 24 de enero de 2012

Save me from myself

Quizá merezca la pena luchar por mí. Hacerme sentir algo. Cualquier cosa. Cualquier sentimiento que llene mi caja torácica, que me anime a insuflarles algo de aliento a mis pulmones, que me arranque una sonrisa, no importa lo mucho que tenga que sufrir. 
Vamos a fingir. A disimular. A pretender por un segundo que tengo algo de valor. Que soy algo más que un trozo de vidrio cuyo brillo más de una persona ha confundido con el de un diamante. Que se me quiera por quien soy. Por cómo soy. Por los bordes afilados y la superficie desgastada que tengo y no por lo que podría llegar a ser si se me cambia los suficiente. 
Vamos a jugar a que no soy una causa perdida por la que ya nadie quiere luchar. Y ya puestos, borremos también el hecho de que algo dentro de mí hace mucho tiempo que es consciente de ello. 

lunes, 23 de enero de 2012

The end is where I begin

Una vez más, vuelvo al principio. A donde todo comenzó. Al momento en el que las sonrisas se convirtieron en algo más y comenzamos a atesorar las miradas de reojo casi sin darnos cuenta. A un lugar donde todo era tan simple como el respirar, y vivíamos ajenos a lo que nos rodeaba. Cuando sólo nos preocupaba el aquí y el ahora
Una vez más, vuelvo al principio. ¿Quién sabe por qué? Quizá es por añoranza. Quizá es por costumbre. Podría engañarme a mí misma con cientos de razones vacías, con miles de posibilidades huecas, pequeños fragmentos de canciones de cuna que vuelvan menos amarga la verdad que me escondo a mí misma. Pero nada de eso hará que sea menos cierto. Solo lo pospondrá, pero seguirá siendo inevitable.
Lo hago por ti. Por mí. Por que nosotros no nos merecemos tener una historia como esta. No es nuestro futuro, nuestro camino. Ni el destino, ni tú, ni yo queríamos que acabara así. Con un corazón roto que se aleja. Con un montón de verdades sin derramar pendiendo de mis labios, echando en falta el valor necesario para ser pronunciadas. El valor de tus besos. El valor de tu risa. El valor de tu mano entrelazada con la mía.
Vuelvo al principio para asegurarme de que aprendemos de nuestros errores. Para reescribir nuestra historia. Para comprarnos a ti y a mí un nuevo final. Un final feliz, a ser posible.
Uno que no acabe con mi mirada empañada viendo como te marchas.
Uno en el que estemos juntos.

sábado, 7 de enero de 2012

El amor es duro, Circe.

- El amor es la mayor putada que te puede hacer la vida - lo susurraste en voz baja, pesaroso, como si fuera un secreto de dominio público del que yo no estaba enterada.
Yo no dije nada. Me limité a clavar mis ojos en el brillo rojizo que emitía el cigarrillo que sostenías entre tus dedos, mirando como el humo que despedía ascendía girando sobre sí mismo, dejando una estela tras de sí en el aire que me rodeaba.
Soltaste un suspiro cansado, borrando de golpe las estelas plateadas y recuperando mi atención.
- No te esfuerces por pensar lo contrario. Ya te darás cuenta de que tengo razón. La vida te da mil golpes. Te machaca. Te clava decenas de puñales en centenares de lugares distintos. Pero lo peor - musitaste-, lo peor es el amor - hiciste una pausa -.Te arranca el corazón de cuajo y juega con él hasta convertirlo en algo irreconocible - le dedicaste una mirada inexpresiva al cigarrillo y lo sostuviste frente a tus ojos - Inútil - lo aplastaste entre tus dedos -. Inservible - lo partiste en dos -. Vacío - lo dejaste caer al suelo con desprecio, y yo vi la rabia escondida en tus ojos -. El amor es un sufrimiento que deberías evitarte. Un juego del que no saldrás bien parada. El amor es duro, Circe.
Y por fin, me miraste. Y en aquel segundo clandestino, vi un montón de recuerdos rotos guardados detrás de tus pupilas. Recuerdos amargos, recuerdos pasados, recuerdos de alguien que se marchó, recuerdos de un corazón que una vez estuvo entero. Pero recuerdos, al fin y al cabo. Recuerdos que seguías atesorando por alguna razón.
Así que sonreí.
- Puede. Pero entonces, si el amor es duro, por pura cabezonería, yo lo seré más.
Y entonces, me agaché y atrapé tus labios.

lunes, 2 de enero de 2012

Secretos en voz alta

¿Quieres que te cuente una cosa? Será sólo un minuto. Sesenta segundos en los que te dejaré echar un vistazo a cómo soy. Una sexagésima parte de una hora en la que atisbarás lo que hay en mi interior.
¿Quieres escucharlo? Ahí va. 
No soy tan fuerte como aparento ser. Si me miras de cerca, con lupa, verás todas las grietas que me recorren. Que me atraviesan. Que me hacen imperfecta. Porque soy débil y hay cosas que me dejan huella, no importa lo mucho que finja lo contrario. Me marcan a fuego y provocan que el sonido de cómo me hago añicos sea la canción que suena de fondo, acallando todo lo demás. 
¿Quieres que te cuente otra cosa?
No sé cuánto más podré aguantar. Ni siquiera sé cuanto tiempo seguiré autoengañándome y diciéndome a mí misma que puedo hacerlo.
Pero, ¿quieres que te cuente lo mejor de todo?
Todo eso no quita el hecho de que la vida sea una lucha continua, ni de que a mí nunca me ha gustado perder. Así que sacaré fuerzas de flaqueza y seguiré aguantando por pura cabezonería, o me obligaré a mí misma a aprender a buscar la energía necesaria para reconstruirme mientras caigo, evitando tocar el suelo.